sábado, 19 de septiembre de 2009

ENCADENADO A LUCY SKELLINGTON



Un día, cansado de tanto llorar, me senté bajo el árbol en el que solíamos conversar y en donde por primera vez la vi. Cansado de tanto llorar, triste hasta la médula y sin alma que asomara tan siquiera un poco de vida, quise morir. Deseé estar muerto, con toda la fuerza que produjo mi terrible sufrimiento.

 

La gente me produce demasiada desconfianza, sobre todo la gente nueva porque es muy curiosa. Por ello no tenía amigos y así estaba bien para mí. Prefería pasear solo y mirar el parque lleno de niños monstruosos corriendo de aquí para allá, parejas ocupadas en besuquearse, perros defecando y viejas chismosas fisgoneando y parloteando.


Hasta que una tarde la vi. La vi sentada con las rodillas recogidas hacía su pecho. Tenía el cabello castaño suelto al viento, hojas amarillas de otoño sobre los hombros y pequeñas gotas de rocío sobre la ropa. Estaba ahí, incólume al frío, concentrada, al parecer, en la nada. Me quedé mirándola un rato, imaginando la razón por la que prefería estar sola en la gélida calle y no en algún otro lugar.

 

Pronto el frío se tornó feroz y decidí regresar a casa. Aunque no pude evitar voltear a mirarla de nuevo, seguí avanzando en dirección contraria. De pronto, ella se puso de pie. Una curiosidad un tanto fastidiosa se apoderó de mí y mis piernas no respondieron a lo que mi cerebro les ordenaba. Se quedó inmóvil mirándome fijamente. No dijo ni una sola palabra. No movió ni un solo músculo. No hizo nada, pero sabía que me necesitaba, que me estaba llamando.


No sé cuál es su nombre, ni su edad, ni en donde vive. Sólo sé que estar con ella me es realmente placentero. No habla, pero no necesitamos hablar para entendernos. Siento que sabe todo de mí, se ha convertido en una persona muy especial. Todas las tardes nos vemos bajo el árbol del parque central y las horas son larguísimas a su lado. Son larguísimas y me la paso muy bien mirando hacia la nada, con hojas amarillas en los hombros y con gotas de lluvia sobre la ropa.
Era muy blanca, delgada y poseía un aire misterioso que me tenía encantado. Sus manos eran tan suaves como frías y el cabello tan liso como largo. Cuando me miraba de frente lo hacía directamente a los ojos, parecía decirme que la ayudara, que no me vaya y que le hiciera compañía por siempre. Yo también la miraba fijamente a los ojos pero no sé si entendería lo que estaba dispuesto a no decirle, como ya dije, las palabras no eran necesarias, era una relación por encima de los sonidos físicos, era una conexión entre almas.

 

Siempre estaba tan apurado por ir al parque a verla que se me olvidaba hacer cualquier cosa, se me olvidaba todo y no podía pensar en otra cosa más que no fuera ella. Entonces corrí rápidamente, corrí sin importarme el tráfico de la autopista, ni los ancianitos, ni los perros que atrás de mi corrían; corrí tan rápido como pude y me caí, pero no sentí dolor y me levanté rápidamente. Seguí corriendo y a pocos metros de ella, volví a caer pero esta vez no pude ponerme en pie. La rodilla la tenía totalmente sangrienta y contusa, no se movía. Me arrastré, llegué hasta ella y el dolor que sentía me obligo a cerrar los ojos. Al abrirlos, ella me miraba fijamente y ya no sentía dolor ni tenia ninguna herida. Todo parecía un mal sueño, el episodio del golpe en la rodilla había quedado en el olvido. Me recompuse y me acerqué lentamente a ella, entonces suavemente rocé sus rosados labios, no podía respirar, le dí un beso inocente, un beso infantil, un beso tímido. La besé y ella me besó con el alma. Sentirla tan cerca de mí, mucho más cercana que en otras ocasiones, me puso muy nervioso. Qué era esto tan incómodo y tan maravilloso a la vez que repentinamente sentía. Era como si mis tripas se disolvieran en un doloroso concentrado de jugo gástrico, que era incómodo pero me ponía tonto y contento a la vez.

 

Perdí la noción del tiempo y este transcurría con normalidad para todos, menos para ella. No sé cuanto pasó pero mi cabello se había tornado gris, mi espalda se encorvó y ya no podía correr como antes. Era un viejo, pero ella seguía siendo una joven y atractiva muchacha. Se mantenía a mi lado a pesar de mi condición lamentable, yo la amaba incondicionalmente.



*



Él fue a verla al parque central como todos los días. No la encontró. Entonces sus jugos gástricos terminaron por destruir su ya maltrecho estómago y derritieron también su corazón. Se rehusaba a creer que no la encontraría allí, se acercó y lo que encontró fue la inscripción “QEPD Lucy Skellington”.

Cuando se acercó a ella por vez primera sintió mucho mas frío del que ya hacía. Le parecía demasiado linda y demasiado rara. Le preguntó su nombre pero ella no se lo dijo. Cogió su mano y la introdujo dentro de un agujero que tenía en el pecho. Él se sonrojó y suavemente quitó su mano. Estuvo con ella un momento más y luego se fue a casa y pensó, pero no le dio importancia.

Nunca había llorado, pues siempre había sido insensible a la tristeza. Pero esta vez se sintió tan miserable, tan derrotado, tan viejo que lloró todo lo que no había llorado jamás en su vida. Lloró con toda la fuerza que le produjo su espantoso sufrimiento.

Pero aquel hueco en su pecho representaba la verdadera naturaleza de Lucy Skellington. Una cadena imperceptible a los ojos humanos nacía de aquel agujero, sin embargo él pudo notarla, pero le restó importancia por la emoción que le produjo aquel encuentro. Al introducir su mano en el, se había encadenado a Lucy perpetuamente. Era una cadena sinfín que lo había aprisionado a este mundo sin darle la oportunidad de protestar ni de escapar. Era algo que hasta ahora alcanzaba a comprender.

Quizá ella nunca existió y él se estaba volviendo loco. Al comprenderlo todo quiso quedarse llorando en esa lápida para siempre, pero sabía que eso era inservible pues ella no regresaría jamás. Ahora sólo quería morir para estar con ella. Para buscarla allá donde vivía y decirle con palabras que la amaba.



*



Me precipité hacia el suelo, mis ojos se cerraban muy lentamente y pude ver toda mi vida en un instante. Estaba muriendo por fin y sentí mi alma en paz. Te amo Lucy Skellington, grité. Y grité tan fuerte que ofendí a algún dios.

Abrí los ojos y Lucy no estaba. Abrí los ojos y vi la copa de mismo árbol de siempre en el mismo parque de siempre. Al costado, la adusta lápida con su nombre. Grité tan fuerte al estar muriendo que ofendí a algún dios y por eso no estoy muerto aun, ni moriré nunca. Viviría por siempre encadenado a Lucy Skellington.





viernes, 4 de septiembre de 2009

MI VIDA

Así destruyo mi vida,
sólo en la música encuentro salida
y aunque a muchos les fastidie lo que hago,
hablen de mi y no entiedan mi forma de ser,
yo no hago caso y soy feliz
porque hago lo que quiero
y lo hago poruqe quiero hacerlo.

Así destruyo mi vida,
nada me detiene en este día,
hago de mi cuerpo mil pedazos,
pero estoy cansado de ser
un cruel y feo payaso
que es infeliz
porque amor no ha hallado
y lo que ha hallado no es bueno.

Se termina así la agonía,
vivir una estúpida monotonía, y
aunque esté lejos veo que nada ha cambiado
porque cobarde me he formado
destruyo mi vida a puñetazos.

Y aunque a muchos les fastidie lo que hago,
hago de mi cuerpo mil pedazos,
yo no hago caso
soy un payaso
un pobre e infeliz payaso
porque haciendo lo que quiero
no he hallado amor sincero,
no he hallado nada bueno

ALGUIEN MÁS

Me dijiste que callara,
sólo querías que te escuchara
yo acepté asustada, pero defrente te miraba.
Me dijiste que aún me amabas
y que de mí no te olvidabas,
que el pasado siempre recordabas
y que hoy todos tus sentimientos me llevara.

Mirándote recordé,
no soporté mas y lloré,
es que aún te quiero lo sé
pero contigo no regresaré
porque de otro yo me enamoré
y aunque no es mi tipo, pensé
me gusta mucho estar con él.

Pero fuí debil, tonta y en tu pasión caí,
ya no sentía nada mientras tu cuerpo me amaba,
yo jugando contigo estaba
y mi mente muy lejos andaba,
me sentí mal, comencé a llorar
quería estar con alguien más

Al llegar a casa no recordaba nada
mas bien, quise olvidar esa velada
mi cuerpo ha traicionado a mi alma
y yo a ellos los defraudaba
de verdad, tu y yo nunca llegaremos a nada
adios nuevo amigo, ya no aparezcas en mi camino

miércoles, 2 de septiembre de 2009

ESTRELLAS

El día renació con un mágico albor celestial, tal resplandor no tenía comparación alguna, me hacía sentir feliz y temeroso a la vez, como si mi alma presintiera que algo inesperado ocurriría, pero estuviese dispuesta a aceptar lo que viniese y como viniese con el corazón abierto de par en par. Era una sensación de esperanza y de plena satisfacción que no sentía desde hace demasiado tiempo, al punto de creer que no existía pues la había olvidado por completo.

Con la cabeza arremolinada por estos sentimientos, paseaba yo por la calle distraído y tarareando una canción que me hace sentir muy bien, ocupando mis ojos en pantalones apretados de mujer. Una limosna amigo para poder comer el día de hoy – me dijo una voz débil pero ronca y tosca a la vez. La impresión que me llevé fue muy dura; se trataba de un hombre, yo calculo de unos 53 años, su rostro reflejaba los achaques de su edad, una vida cruel y dura, y claro, la miseria a la que estaba sometido todos los días, con su intimidad de vereda observada totalmente por unos seres cruentos que no se inmutan ante su presencia, que no lo miran y, si lo hacen, es solo para expresar rechazo y repugnancia. Seres que son como él pero diferentes a la vez: los humanos.

Ten... – titubeé un momento. Mejor no, si te doy sólo ésta moneda estaría siendo mezquino con un hermano – pensé. Ven, ven conmigo – le dije, en un arranque de amor por los hombres; en un arranque inspirado por un cielo mágico con estrellas que brillan aun de día.

Fuimos a una bodega, compramos pan, leche, galletas, mantequilla y papitas fritas. Yo quiero eso – me dijo entusiasmado. Esos son chicles – le dije – eso no te llenará la barriga y mucho menos saciará tu hambre. Entonces, soltó el pequeño paquete con algo de desilusión, mientras miraba con atención el empaque plástico de llamativos multicolores.

Todo lo comió muy rápido. Y ya era tarde, y el sol se escondía para dar paso a la luna y a la noche que cubriría el resplandor mágico de este día que se iba acabando. Y las estrellas brillarían, pero ahora en la noche, y todo el mundo – hasta los perros – podrían verlas brillar. Esas estrellas mágicas que suelo ver de día, que no siempre resplandecen como hoy, lentamente se desvanecían y escondían.

Desperté. Una limosna amigo para poder comer el día de hoy – le dije al señor de traje que pasaba; calculo yo tendría unos 53 años, su rostro reflejaba una vitalidad proporcionada por el estilo de vida que de seguro llevaría: una vida fácil, cómoda y frívola, alejado de seres que le eran completamente indiferentes, seres como yo que somos tan humanos como él. Sólo me miró con desdén - ¡aléjate miserable, trabaja! – me dijo con brusquedad, sin saber mi drama.

Sólo soñé ser uno de ellos en un mundo cambiado, un mundo al revés. Quizás nunca este extraño sueño se haga realidad. Quizás pronto lo haga. Lo único seguro es que seguiré viendo el cielo del día colmado de estrellas de la noche. Y eso es suficiente para mí.

Una limosna amigo para poder comer el día de hoy…

VAINILLA




Vomitar. Cuando estoy cerca de ella suelo vomitar. Ella huele muy bien. Olerla me descompone hasta la náusea. Para disfrutar de su olor, primero tengo que vomitar, primero tengo que sufrir. Un dolor agudísimo recorre todo mi cuerpo, desde las tripas hasta el cerebro quemándome por completo, luego se esparce lentamente hasta la punta de todos mis dedos y, enseguida devuelvo una especie de licuado de sesos e hígado. Ella se acerca a mí y con demasiado amor limpia el suelo y me sonríe. Y yo soy feliz porque el aroma nauseabundo de ese líquido negruzco desaparece al disfrutar su maravilloso aroma.

Mi mamá está conmigo siempre y es lo que más amo en este mundo. Sé que criarme le fue muy difícil por lo enfermizo y pusilánime de mi salud, por mi conducta aislada y retraída. Yo sólo quería estar a su lado para sentirme seguro, protegido y feliz. E inevitablemente vomitaba, luego era feliz.

Ella también disfrutaba al estar conmigo. La veía a los ojos y pareciera que el tiempo fuera inagotable, una caricia suya podía durar diez millones de años. Y yo deambulaba por el espacio sideral en busca de un planeta que nos pudiera albergar a los dos, un lugar remoto donde el sol no se ocultara jamás, donde la aves revolotearan sin parar y no huyeran de nosotros, donde no exista nadie más que ella y yo.

Ella era muy linda y encantadora. Su suave y blanca piel me gustó toda la vida. Pero no sólo a mi me gustaba. Él también andaba perdido por ella. Odiaba verlos tan cerca. Él sólo era un decorado del ambiente comparado conmigo, yo tenía ganados su corazón y su voluntad. ¿Debía acostumbrarme a esa escena tan terrible y aceptarla porque sabía que ella me prefería a mi antes que a él? No. La guerra se había declarado y yo nunca perdería.

Los momentos más felices de la infancia los pase junto a mamá. Mi padre siempre me mantenía al margen de todo, como si yo fuese un mueble inservible y cochino. El perro era su preferido - aunque fuera inservible y cochino - mamá lo bañaba y le daba de comer, tenía que hacerlo aunque le costara trabajo y unas buenas mordidas en la mano. Un día cuando íbamos a almorzar pateé al perro para que se fuera y me dejara comer; entonces él me vio, escupió flema verde en mi plato y me obligó a comer. Yo comí por miedo a ser golpeado. Más tarde busqué al perro, hice que me mordiera en la pierna derecha y mi mamá lo mandó a matar. Mi padre se puso muy triste por el perro y alterado porque discutió con mamá. Yo fui muy feliz aquella tarde porque ella estuvo a mi lado atendiendo mi magullada pierna.

Si se metían conmigo la pagarían, si se metían con ella también.

Los años pasaron y día con día yo era más importante para mamá. Me dejaba ayudarla, pero sólo un poco pues era inevitable que tarde o temprano vomitara. Mi padre, en cambio, me ordenaba hacer cosas tontas como acomodar esto o aquello o que coma toda la comida o que me lave las manos después de salir del baño o que me vista de tal o cual forma. Me sentía desplazado, él quería usurpar mi lugar, casi no me dejaba espacio para estar con ella, quería que sólo lo quisiese a él y que se olvidara de mi.

No podía querer a una persona como él. Una persona que me engañó durante mucho tiempo y que me hizo jugar sus invenciones estúpidas; felizmente, y a tiempo, había abierto los ojos a la realidad, ya no podría engañarme más.

Un día de sol salimos los dos al jardín, era perfecto. Ella tomaba mi mano y sonreía diciéndome que me quería, estaba pendiente de mi seguridad también. No había espacio para nada ni nadie más, era un momento infinito y único que nos pertenecía solamente a los dos. Pero todo se perturbó cuando mi padre intervino en nuestro momento. Mi madre lo invitó a participar y, con una sonrisa hipócrita, se unió a nuestra perfección corrompiéndola y tornándola asquerosa y horrible. Fue en ese momento que algo en mi despertó, una sensación extrañamente incomoda que ya había percibido antes, pero no con la intensidad con la que se presentaba ahora. Y los veía a los dos sonreír, sin pasar por el sufrimiento previo a la felicidad, llamándome por mi nombre e invitándome a unirme a aquel momento usurpado por mi padre y que minutos antes era mío y de ella. Corrí hacía el rincón con las manos sobre los oídos a refugiarme entre los nardos y las rosas de mamá. Estaba sufriendo mucho pero de manera distinta; esta vez no vomitaba, esta vez estaba llorando y renegando, odiando al hombre que me había criado hasta entonces, maldiciendo a mi madre, aborreciendo mi existencia.

Solo. Siempre solo. No hay nadie a mi alrededor. Ahora no sufro, no lloro, no odio. He aprendido que no necesito sufrir para ser feliz. He aprendido que en el mundo real no existe la felicidad. Encerrado, sólo me queda vivir de mis preciados recuerdos, mis hermosos recuerdos dentro de un mundo que sólo existe para mi y en donde ella es la reina y es eterna, nunca mas sufriremos pero seremos felices porque sólo nos tenemos el uno al otro. Y mi mundo es perfecto. Lo erigí con mis propias manos utilizando medios y herramientas inverosímiles. Nunca nadie entendió cómo. Nunca nadie supo nada.

Yo no sabía que era ser hombre o que era ser mujer. Sólo sabía que mi madre era ella y que mi padre era él. ¿Qué sería yo? Aún no lo sé. Nunca pude notar la diferencia. Mi padre vestía con pantalones y mamá con vestidos pero a veces se ponía pantalones también. Mi mamá me vestía con pantalones y camisa, pero mi padre se divertía vistiéndome con faldas y vestidos ridículos que luego me quitaba o hacía que me quite para filmarme y después ver esas grabaciones una y otra vez en las que aparecíamos los dos jugando lo que él se había inventado. No me gustaba jugar con mi padre, pero él me decía que un padre y su hijo siempre deben jugar y pasar “tiempo de calidad”, que primero debía sufrir para luego ser feliz, que esa era la ley de las cosas y me lo repetía una y otra vez. La circunstancia feliz llegaba cuando me dejaba ir con mamá a preparar galletas de vainilla.

En ese preciso momento, atrás de los nardos y las rosas de mamá, vinieron de golpe aquellas horrendas imágenes que acabo de mencionar, y de pronto comencé a entenderlo todo. Se trataba de un ser despreciable que me había lastimado demasiado y que ahora quería lastimar a mamá. Con sus sucias manos tocaba su cabello y con su fétida boca besaba sus labios. No lo permitiría ni un momento más. Corrí hacia él con toda la fuerza y la ira que pude acumular en mi frágil cuerpo, en mis manos sujetaba fuertemente las rosas de mamá y sus tallos lastimaban mis manos haciéndolas sangrar. Rodeé su cuello con aquellas espinas ensangrentadas y tiré de ellas con toda mi alma, con todo mi corazón, con todo mi amor. Y ella sufría. Y yo vomitaba.

Nosotros somos sólo dos. Pongo la mesa para dos y jugamos ajedrez que sólo es para dos jugadores. Eran buenos tiempos con mamá. Sabía que después de verla sufrir tanto sería muy feliz. Yo me encontraba en espléndida forma, mejor que nunca. Aún vomitaba al tenerla cerca y sentir su aroma. Aún volaba por las nubes y seguía siendo feliz con ella.

Pero en el mundo real nada es eterno.

Ella me ama. Yo lo sé. Me lo ha dicho diez millones de veces. Pero siempre quieren usurpar mi lugar, siempre quieren quitarme el amor de mamá. Le demostraría a cualquiera que ella era sólo mía y que nadie me la podía quitar. Ya había ganado la guerra una vez, fácilmente podía ganar una y diez millones de guerras más.

Yo flotaba en el cielo en medio de las nubes, no existía nadie más que ella y yo, el mundo entero era para los dos. Acariciaba su pelo, miraba fijamente sus ojos y ella miraba con temor los míos, le decía que la amaba y que nada nos separaría, ella me decía que me amaba también con un temblor en la voz y, finalmente, cuando quise demostrarle todo el inmenso amor que sentía por ella, lloraba y gritaba, me decía no lo hagas, hijo no lo hagas. Y no pude hacerlo. Me botó de encima y corrió despavorida. Como si hubiese visto un monstruo. Corrió a buscarlo a él.

Me sentí muy mal. Estaba sufriendo. Entonces ya vendría el momento feliz. Pero nunca llegó. Mi mamá tampoco estaba feliz. Más bien ella estaba inmersa en un sufrimiento enorme y duradero. Entonces, ¿cuándo sería feliz? No dejaría que él le hiciera daño. Porque ellos siempre la quieren dañar. Decidí entonces mostrarle todo mi amor aunque suframos en el proceso.

Finalmente le hice el amor. Una, dos, tres, cuatro, diez millones de veces; pero ella no sonreía más para mi. Ya no habla conmigo, yo ya no vomitaba y ya no percibía la fragancia celestial de mamá. Esa no era ella. Era falsa, era una impostora. Me la habían cambiado por alguien sin alma.

La gente decía que estaba loco. Que era un enfermo. Yo no entendía nada. ¿Era acaso, tan malo amar a alguien? ¿Era perverso o cosa de locos sentir amor por ella?

Tres hombres extraños me cogieron por la espalda y me golpearon duramente. Recuerdo que hubo muchísima gente en la calle ese día, más de la que había visto en toda mi vida, todos gritándole a un loco y a un enfermo y haciendo mucho ruido también. La impostora había sido eliminada por fin, yacía tirada en el jardín, al lado de mi padre enterrado, bajo un olmo muy frondoso donde mamá y yo solíamos conversar y ver aves volar.

Pero ella no estaba, se fue. ¿Acaso me abandonó? Quizás porque pensó que yo ya no la amaba y prefería estar con la impostora que con ella. Los hombres que me cogieron me prometieron ayudar a encontrarla, no podía estar sin mamá.

Postrado en un lugar sin color, sin sueños, sin esperanzas y sin ilusiones; en un total olvido y donde no existen el pasado, el futuro o el presente, donde no se sabe si el tiempo va hacía atrás o hacía adelante, recordé el mundo foráneo - ese mundo al que llaman real - cuando vivía con ella. Recordé derrepente mi vida en un mundo de mentiras, en un mundo ajeno que no fue creado para mí; vomité las entrañas y recordé, al sentir diseminado por el aire ese suave y dulce perfume de vainilla.